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Camila González, la chica de la bailanta

Entre la devoción y el baile, transforma la herencia de Gilda en un ritual colectivo que une música, memoria y comunidad. “Gilda dice que nos podemos dedicar al arte y esta bien”, afirma González. 

Camila González es bailarina, profesora e investigadora de danzas populares. Desde hace tres años organiza, junto a sus alumnas, un homenaje a Gilda cada 7 de septiembre en el santuario. Allí, entre coreografías, cantos y promesas, la danza se convierte en un ritual colectivo.

“Con el taller venimos a ofrendar a Gilda hace tres años, pero yo hace más tiempo que vengo porque mi viejo es zarateño y vive acá cerquita. Entonces, para nosotros es un ritual familiar agarrar el auto y venir al santuario”, cuenta Camila. Foto: M.M.

¿Cuál es tu vínculo con la cumbia y con Gilda? 

En mi casa se escuchaba rock nacional y música de protesta, muy política. La cumbia aparecía solo en Año Nuevo, Navidad o cumpleaños, como algo para bailar, pero considerado menor frente a lo otro. Igual, de chica iba a los bailes, y ahí escuchaba a Gilda: era lo que más me gustaba bailar. Me sentí representada, sobre todo porque crecí en esos bailes, en pleno auge de la “cumbia villera” del 2000. Muchas letras hablaban de mujeres que decidían, que ya no eran sumisas, y eso me cautivó. Bailar libremente, mover la cadera, era un descubrimiento. Salía de casa vestida de una manera naif y, cuando llegaba al baile, me ponía la pollera.

¿Qué lugar crees que ocupó Gilda en la movida tropical? 

Gilda fue distinta a muchas otras referentes: no se sexualizaba para ganar visibilidad. Su apuesta era otra, con letras tiernas, con canciones que llegaban de otra manera. En un momento decidió dedicarse por completo a la música: dejó a su familia y salió de gira por Latinoamérica, aunque no estaba bien visto que una mujer lo hiciera. Para mí, abrió un camino: demostró que dedicarse al arte y a la música era posible y estaba bien.

“Gilda escucha donde hay un sueño colectivo, donde entre todos nos ayudamos”, afirma.

¿Cuál es tu rol como profesora de danza? ¿Qué buscás transmitirle a tus alumnas?

No soy solo profe de danza y bailarina, también soy investigadora de danzas populares. Desde siempre, la danza popular tiene un carácter de ritual colectivo: no es solo baile social o diversión, sino un derecho de los pueblos a disfrutar del cuerpo, del encuentro y de la felicidad. Enseñar a bailar, para mí, es abrir esos espacios de comunión. Retomar a referentes como Gilda, que rompió estereotipos y estaba adelantada a su época, nos conecta con ese ritual originario en el que se funda la danza.

Los bailarines viajan desde La Plata para pasar el día homenajeando a Gilda. Video: M.H.

¿Cuál es tu conexión personal con Gilda?

No la vi en vivo porque era muy chica, pero conecté con su imagen después. Fue algo así como un llamado: me movilizó desinteresadamente a crear el taller. Con el tiempo entendí que no se trata solo de mí. Nadie gana un mango con esto: vamos al santuario porque queremos compartir. Yo creo que Gilda escucha donde hay un sueño colectivo, donde nos ayudamos entre todos. Y en mi experiencia, eso se cumple.

“Sentí su llamado. Hubo algo que me movilizó desinteresadamente a crear el taller”, cuenta.

¿Cómo viven este ritual como grupo?

En el bondi, hacemos karaoke, cantamos sus canciones, cada uno cuenta cómo conoció a Gilda y cuál es su tema favorito. La idea es encauzar algo colectivo: mirarnos a los ojos, disfrutar de nuestros cuerpos, estar juntos. Hay algo de ese legado medieval sobre el ritual que todavía vive. En los bailes también se nota: el cuerpo habla.

Por Paz Dibar

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